martes, 3 de mayo de 2016

El marino

Este fue unos de mis primeros relatos para el centro de adultos (Caligrama) de Torrelavega
EL  MARINO
                                                                          J. Montealegre.   
El capitán de la marina mercante Óscar Conesa Landa, de pelo rojizo y rizado y con algunas pecas en su cara, era conocido en el pueblo donde vivía por “el pecas”, apodo puesto por sus compañeros de clase. Dicho apodo nunca le acompañó fuera de su pueblo. Su padre fue un maestro de escuela nacido en el interior del país; su madre, hija de pescadores. Cursó sus estudios en Oviedo y Cádiz. A los 24 años ya había terminado sus estudios marítimos, pues tenía gran práctica de navegación ya que su abuelo materno, marinero de siempre, le había enseñado a navegar desde muy pequeño en un falucho.
Falucho
     
No es el capitán persona de muchas amistades. Aparte de los de su niñez, solo tiene dos grandes amigos: Geert, un hombre varios años mayor que él, práctico del puerto de Hamburgo, y Gabino, catedrático en Oviedo, con el que estudió en esa misma ciudad, por lo que desde entonces les une una sincera y gran amistad. Vivió en el pueblo durante su niñez y parte de su juventud, pero ahora considera su casa el barco donde navega. Así lo siente desde que empezó a navegar. En ellos, en los barcos, ha pasado momentos de alegría y penas. Por eso, cuando se siente triste o enfadado se dirige a la proa del buque con su pipa y se pone a mirar el horizonte. Algo parecido hacía en las mismas circunstancias cuando estaba en el pueblo. Subía al alto donde se halla la casa de sus abuelos y allí se ponía a mirar el mar y la entrada del puerto, para ver como atracaban y salían las pequeñas embarcaciones de pesca. Eso le tranquilizaba, le relajaba y le suavizaba esa angustia que tenía en momentos puntuales, como cuando perdía algún ser querido o muy estimado. Le pasó con sus padres y abuelos, que estaba navegando y lejos de su casa, y también con algún miembro de la tripulación muy apreciado. Los sentimientos que le producían hechos como estos, y algunos más  que le afectaban, nunca los exteriorizó, esas sensaciones las guardaba solo para él. Era un hombre de apariencia seria pero tenía un fino sentido del humor, sonreía cuando oía una frase mordaz o ingeniosa que otras personas no captan. Siempre que podía, veía cine de humor y comedias teatrales.

Tiene un sentido muy profundo del amor, para él una cosa es sentirse atraído por una mujer, algo que sintió muchas veces, y otra, estar verdaderamente enamorado. La primera no deja secuelas en sus sentimientos, sin embargo la segunda, a pesar del tiempo pasado, siempre producía un vacío dentro de él al recordar. Después de terminar sus estudios, embarcó en un gran mercante, cuya ruta era Hamburgo, España y América del Sur. Su modo de vivir se fue transformando poco a poco. Había en su camarote, solo para él, lo siguiente: Una litera cama con mesita, mesa escritorio con una silla tipo butaca, el ropero y la pequeña nevera donde nunca faltaba el queso, de una variedad cualquiera, y cerveza negra, a la cual se acostumbró con su amigo Geert. El suelo del camarote era de madera tropical, siempre estaba brillante, en él solo se veía su calzado, zapatillas o los zapatos de suela gruesa. En una esquina, junto la mesa, había un recipiente que le servía para dejar los papeles, la ceniza de su pipa o alguna lata de cerveza de cuando comía en el camarote. En la comida, lo que más echaba en falta era aquel pescado que tan bien olía en la cocina de la casa de sus abuelos maternos.                 Algunas veces, en las noches tranquilas, cargaba su pipa, la encendía y se apoyaba en lateral de la cubierta. Entonces recordaba momentos de su niñez, cuando con su abuelo embarcaba en el falucho (embarcación de unos ocho metros, con un mástil inclinado y una vela latina) y empezaban a navegar, enseñándole a manejar la vela junto con las maniobras y las prácticas de navegación. Esos momentos eran para el de los más felices de su ni Cuando,después de una larga travesía llegaba por primera vez a un puerto, se vestía con ropa cómoda y caminaba por la ciudad para familiarizarse con ella. Todo lo contrario sucedía cuando desembarcaba en Hamburgo; entonces llamaba a su amigo Geert, para comer o cenar juntos y según al lugar donde fueran a ir se vestía adecuadamente.
En las largas travesías, estado el tiempo en calma, las noches eran apacibles y serenas. Contemplado las estrellas volvían los recuerdos de las horas felices pasadas junto a Sofía, y  cómo ella le serenaba con su alegría y saber estar junto a él cuando más agobiado se sentía, a finales de sus estudios.                                                                                         

Sofía era muy bonita, delgada, con una sonrisa que cautivaba y la voz cantarina. Llevaba un peinado muy original, su pelo era largo pero no se peinaba con melena ni trenzas. Dividía el cabello en dos partes y se ponía gomas de colores a cierta distancia en cada una de ellas. Las puntas sueltas parecían flecos, y entonces las pasaba hacia delante, una por cada hombro. Cuando se despidió de ella para embarcarse fue la última vez que la vio. Su gran deseo es volver a encontrarla, algo muy difícil por lo ocurrido entre ellos. Después de lo mucho que se quisieron y lo felices que fueron, tras el naufragio que sufrieron el padre y hermano de Sofía, desaparecidos en el mar, ella le pidió que no embarcara. Le advirtió que si lo hacía no la iba a encontrar cuando volviera, porque el mar y ella se habían vuelto incompatibles. Así sucedió, cuando él volvió ya no la encontró.
Con el  paso de los años, sus conocimientos del mar fueron cuantiosos, sobre en su bella calma, sus espumosos enfados, los grandes enfurecimientos, el mecer sobre las arenas de hermosas playas y el rugido imponente en los grandes acantilados. Todo esto sucedía mientras una mortífera enfermedad se iba apoderando poco a poco de él. Cuando sus piernas ya no le respondían, tuvo que ser ingresado en una residencia para su tratamiento. La enfermedad podía más que su voluntad, y así estuvo luchando hasta que fue vencido.            
Su última voluntad.
Yo, Óscar Conesa Landa:
Dispongo que, cuando muera, sea incinerado, y que mis cenizas sean depositadas en los brazos de aquél que me arrope y me lleve con él, lo mismo cuando está tranquilo, enfadado o rabiosamente enfurecido, porque en su regazo estaré protegido y acompañado del más sincero y entrañable compañero que he tenido en mi vida como  marino:  El mar