viernes, 9 de junio de 2017

La chiqueta,



                                               
LA  CHIQUETA

                                              Jacinto Montealegre

Recordando a una abuela
La abuela.
Su nombre era Dolores pero todos la llamaban Sra. Doloretes, era una mujer delgada y no muy alta, mas bien menuda, viuda y madre de seis hijos, cuatro chicos y dos chicas, Antonio (murió muy joven) Fulgencia, Pepe, Andrés, Gabriel e Isabel, de los cinco que le quedaban, dos estaban casados Pepe con tres hijos, todos varones y Andrés con un hijo también varón, por eso su gran deseo era, tener una nieta.

Mi recuerdo.
Todo empieza cuando mi madre (esposa de Andrés) se quedó embarazada de mí, al enterarse mi abuela lo primero que dijo, fue, Dios quiera que sea una CHIQUETA, y con esa ilusión estuvo hasta que yo nací, pero no fui niña sino niño. Siempre oí decir que su decepción fue muy grande, hasta el punto que aun sabiendo que era niño, cuando me cogía en brazos, siempre salía el mismo susurro de su garganta, la meu chiqueta.
Según pasaba el tiempo, yo iba creciendo y los primeros recuerdos de mi abuela son, verla sentada en una silla muy bajita, de madera con el asiento de paja trenzada, sentada en ella me cogía en brazos, acariciándome con gran cariño y susurrándome siempre las mismas palabras. Así transcurrieron mis primeros nueve años que viví cerca de ella, en ese tiempo no comprendía, que no me llamara por mi nombre, porque después de abrazarme y besarme, me decía en voz baja, ¡qué tal está hoy la meu chiqueta! Los tres últimos años, no me gustaba que me dijera chiqueta porque yo era un niño no una niña. Tarde muchos años en darme cuenta de lo que aquello significaba para ella.
Cuando tuvimos que venir a Cantabria, por motivos de trabajo de mi padre, tarde siete años en volver a verla, mi abuela ya tenía  cinco nietas y dos nietos más, pues se habían casado mis tíos Isabel y Gabriel, también había nacido mi hermana.
Cuando volví a verla yo tenía dieciséis años y ella vivía con su hijo Gabriel. Cuando mi padre mi hermana y yo, fuimos a su casa, estaba sentada en su silla, debajo de la higuera que había delante de la casa, con un recipiente entre las piernas pelando patatas, ella que nos vio acercarnos, dejo el recipiente en suelo se acercó abrazó a mi padre después a mi hermana (que no la conocía)  cuando vino hacia mí se quedó mirándome y según me abrazaba me decía con un susurro la meu chiqueta como a crecido.
Todos los días iba ha verla, unos días comíamos y otros cenábamos, pero los mejores momentos que pasábamos era cuando estábamos solos, porque en aquel tiempo que me cogía la mano, afloraba en ella un sentimiento que tardaría mucho tiempo en comprender.
El día que fuimos a despedirnos cenamos con ella, mis tíos y las primas, al marchar ella nos acompañó varios metros, fuera de la casa, se la veía triste, porque al abrazarme me dijo llorando, no tardéis tanto en volver, pues ya soy mayor y no se el tiempo que viviré.
No volví a verla hasta cuando me case que fui de viaje de novios, para entonces habían pasado diez años, estaba ciega y muy enferma, ya no podía levantarse de la cama, de aquella mujer ágil y dinámica solo le quedaban huesos, piel y un soplo de vida con fuerzas suficiente para mientras me acariciaba susúrrame muy suavemente, (la meu chiqueta) también fueron estas sus últimas palabras cuando me despedí de ella (murió unos meses después) y no comprendí el verdadero valor sentimental que encerraban para ella como para mi, esas palabras, hasta treinta años después, que fue cuando volví a ver a mis tíos y primos, con una laguna de tiempo tan grande, que mi encuentro con ellos fue muy cordial pero un tanto frío y cuando note dentro de mi un vacio que no había notado nunca en mis viajes anteriores ni cuando visitaba a mis tíos, fue entonces cuando me di cuenta que me faltaba aquel abrazo cariñoso acompañado del suave susurro que salía de su garganta. LA MEU CHIQUETA.