LA CHIQUETA
Jacinto Montealegre
Recordando a una abuela
La abuela.
Su nombre era Dolores pero todos la llamaban Sra. Doloretes, era una mujer
delgada y no muy alta, mas bien menuda, viuda y madre de seis hijos, cuatro
chicos y dos chicas, Antonio (murió muy joven) Fulgencia, Pepe, Andrés, Gabriel
e Isabel, de los cinco que le quedaban, dos estaban casados Pepe con tres
hijos, todos varones y Andrés con un hijo también varón, por eso su gran deseo
era, tener una nieta.
Mi recuerdo.
Todo empieza cuando mi madre (esposa de Andrés) se quedó embarazada de mí,
al enterarse mi abuela lo primero que dijo, fue, Dios quiera que sea una
CHIQUETA, y con esa ilusión estuvo hasta que yo nací, pero no fui niña sino
niño. Siempre oí decir que su decepción fue muy grande, hasta el punto que aun
sabiendo que era niño, cuando me cogía en brazos, siempre salía el mismo
susurro de su garganta, la meu chiqueta.
Según pasaba el tiempo, yo iba creciendo y los primeros
recuerdos de mi abuela son, verla sentada en una silla muy bajita, de madera
con el asiento de paja trenzada, sentada en ella me cogía en brazos,
acariciándome con gran cariño y susurrándome siempre las mismas palabras. Así
transcurrieron mis primeros nueve años que viví cerca de ella, en ese tiempo no
comprendía, que no me llamara por mi nombre, porque después de abrazarme y
besarme, me decía en voz baja, ¡qué tal está hoy la meu chiqueta! Los tres
últimos años, no me gustaba que me dijera chiqueta porque yo era un niño no una
niña. Tarde muchos años en darme cuenta de lo que aquello significaba para
ella.
Cuando tuvimos que venir a Cantabria, por motivos de
trabajo de mi padre, tarde siete años en volver a verla, mi abuela ya tenía cinco nietas y dos nietos más, pues se habían
casado mis tíos Isabel y Gabriel, también había nacido mi hermana.
Cuando volví a verla yo tenía dieciséis años y ella vivía
con su hijo Gabriel. Cuando mi padre mi hermana y yo, fuimos a su casa, estaba
sentada en su silla, debajo de la higuera que había delante de la casa, con un
recipiente entre las piernas pelando patatas, ella que nos vio acercarnos, dejo
el recipiente en suelo se acercó abrazó a mi padre después a mi hermana (que no
la conocía) cuando vino hacia mí se
quedó mirándome y según me abrazaba me decía con un susurro la meu chiqueta
como a crecido.
Todos los días iba ha verla, unos días comíamos y otros
cenábamos, pero los mejores momentos que pasábamos era cuando estábamos solos,
porque en aquel tiempo que me cogía la mano, afloraba en ella un sentimiento
que tardaría mucho tiempo en comprender.
El día que fuimos a despedirnos cenamos con ella, mis
tíos y las primas, al marchar ella nos acompañó varios metros, fuera de la casa,
se la veía triste, porque al abrazarme me dijo llorando, no tardéis tanto en
volver, pues ya soy mayor y no se el tiempo que viviré.
No volví a verla hasta cuando me case que fui de viaje
de novios, para entonces habían pasado diez años, estaba ciega y muy enferma,
ya no podía levantarse de la cama, de aquella mujer ágil y dinámica solo le
quedaban huesos, piel y un soplo de vida con fuerzas suficiente para mientras
me acariciaba susúrrame muy suavemente, (la meu chiqueta) también fueron estas
sus últimas palabras cuando me despedí de ella (murió unos meses después) y no
comprendí el verdadero valor sentimental que encerraban para ella como para mi,
esas palabras, hasta treinta años después, que fue cuando volví a ver a mis tíos
y primos, con una laguna de tiempo tan grande, que mi encuentro con ellos fue
muy cordial pero un tanto frío y cuando note dentro de mi un vacio que no había
notado nunca en mis viajes anteriores ni cuando visitaba a mis tíos, fue
entonces cuando me di cuenta que me faltaba aquel abrazo cariñoso acompañado
del suave susurro que salía de su garganta. LA MEU CHIQUETA.