JACINTO MONTEALEGRE
Navegaba un hermoso navío con sus velas desplegadas al viento
que parecían gaviotas, como si buscaran un destino en el horizonte. Las olas
parecían que iban a envolver tan bello navío: su proa, como si fuera un afilado
cuchillo, cortaba las grandes olas y era tal su elegante navegar que parecía
volar sobre las aguas.
Sus movimientos eran delicados como si bailara en el salón
más distinguido; atrás dejaba una estela que parecía una alfombra tan hermosa
como si hubiera sido bordada por los mejores artesanos.
Contemplándolo, parecía que era irreal, salido de un lugar
de ensueño, al mirarlo era como si se manifestara con todo su poderío, dando a
entender que era el dueño del océano, como si fuera el único navío en el mar.
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